Antiguamente, en la vendimia de la Ribera del Duero, se tiraba de parientes y amigos para recoger la uva, o en su defecto se contrataba a gente de pueblos cercanos. Los trabajos de vendimia se iniciaban el mismo día en todo el pueblo, en el momento en que el ayuntamiento daba luz verde.
Con carros de mulas o bueyes y entre el jolgorio de los cantos de la cuadrilla se caminaba hacia el viñedo garillo en mano. En los llamados cunachos se metía la uva que se iba recogiendo para posteriormente llevarla a los lagares. Estos cunachos o grandes cestos de mimbre (también elaborados con tablillas de madera de roble o castaño) se llevaban al río unos días antes de la cosecha para endurecerlos. También se limpiaban los lagares y las cubas unos días antes con agua caliente y cepillos de fibra.
El día de vendimia comenzaba con los primeros rayos del sol y terminaba al atardecer. Duras jornadas de trabajo en el campo amenizadas por el almuerzo y la comida, siempre en la viña, donde no faltaba el vino para beber y las uvas de postre.
Cuando los cunachos (aún con el aroma del río) se llenaban era el momento de cargarlos a hombros hasta el carro y trasladarlos a los lagares, donde esperaban los pisadores para pisar descalzos los racimos de uva de los que obtener el mosto.
En Fuentecén, ubicado en pleno corazón de la Ribera del Duero Burgalesa, encontramos en el paraje de El Pinar las antiguas bodegas subterráneas construidas con arcos de piedra arenisca o caliza. Datadas del siglo XVIII y con una profundidad que oscilaba entre los 7 y 12 metros para conservar el vino en grandes tinas de madera a una temperatura entre 10 y 13 grados. En estos lagares y bodegas subterráneas llegaban las uvas y el posterior mosto de cada cosecha para después exportar el vino a otras ciudades. Actualmente estas bodegas son utilizadas por peñas o grupos de amigos para celebrar festividades.
