En los meses de invierno trabajamos para mejorar la fertilidad de nuestros suelos con materia orgánica, ya que somos creyentes en agricultura ecológica y regenerativa en las diferentes parcelas de viñedos. En Tres Piedras seguimos abonando como antaño en nuestros viñedos históricos de Fuentecén, en la Ribera del Duero Burgalesa. Enterramos en el centro de la calle el estiércol procedente de ovejas, vacas y caballos de ganaderías ecológicas. Ganaderías que además sustentan el tejido empresarial, dan trabajo a las familias que viven en nuestro entorno y cuyo paso por los montes limpia y desbroza la masa forestal para evitar incendios en verano. El uso de estiércol es sin duda una de las prácticas que más beneficios reporta de forma circular.
Las propiedades que los viticultores conceden al estiércol, y muy especialmente al de oveja, son muchas. Se trata, seguramente, del mejor abono orgánico para la viña. Nos ayuda a reponer nutrientes y mejoramos la actividad biológica de nuestros suelos. Trabajamos con un estiércol compostado que destruye posibles enfermedades para posteriormente enterrarlo en una “hoya” cada cuatro cepas, entre las calles de la viña y aportando unos 10 centímetros de estiércol. Este tipo de abonado era el más tradicional hasta 1975.
El estiércol crea fertilidad en el suelo a largo plazo. Sus efectos suelen estar presentes durante aproximadamente cuatro o cinco años. El suelo acumula sustancias húmicas de lenta degradación, mejorando la retención de aguas, regulando el pH y la temperatura de los suelos.
Antiguamente
Algunos opinaban antaño que el estiércol se reflejaba en el vino por mayor grado y color, y que se percibía en el racimo desde el envero.
Al no ser abundante ni barato el estiércol de oveja se aprovechaba el de los animales de tiro (burros y bueyes ya que los caballos eran caros y escasos), se buscaban fórmulas de aprovechamiento con la entrada del rebaño en el viñedo, o se hacían abonos a partir de la pudrición de vegetales. Algunos cambiaban los productos de la poda por estiércol, o simplemente compraban un cierto número de carros de basura.
Las fórmulas de aplicación del “sirle” (excremento del ganado) eran muy variadas.
En cada casa había una «femera» o «himera», donde se echaban todos los productos susceptibles de transformarse en abono. Con una vertedera se hacían dos surcos pretos a la cepa y después la faja; con la azada se quitaba la tierra y se echaba el estiércol. Otros hacían una «hoya» cada cuatro cepas. El abonado se realizaba cada 4, 5, 7 u 8 años (hoy día lo solemos hacer cada tres años). También se hacía con una zanja central abierta con el bravan y en ella se aportaba el abono y se enterraba. Lo más habitual era la hoya en el centro del compás cada cuatro cepas.
La entrada de los animales en el viñedo también era una forma de abonar. Con respecto a los animales menores, como rebaños de ovejas, había diferentes opiniones en cuanto a permitir su entrada en las viñas. En la mayor parte de los pueblos se permitía la entrada del ganado a partir de la conclusión de la vendimia hasta el primero de marzo. Los propietarios que no querían que entraran a su viña debían poner un coto o señal para marcar al pastor la prohibición.
En general, y aunque muchos viñadores tenían rebaño para disponer de abono, siempre se ha valorado negativamente la entrada de los rebaños, aunque hoy día sí se reconoce el valor de la excremento de oveja, especialmente para el crecimiento de las cepas.
En el caso de entrada habitual y sistemática del rebaño, el pastor compensaba al propietario con el obsequio de un cordero para la Navidad o fiestas patronales. El abonado, cuando se realizaba, se distanciaba en el tiempo para no abrasar la cepa. Se aprovechaba el hoyo de alumbrar para depositar la basura que luego se cubría a la hora de tapar.